viernes, 24 de febrero de 2012

II


La noche es honda y amarga como mis labios que buscan el suspiro.  Alguien enjugó mis pies y alzó vuelo tras el último día de la tierra.  Sé que no soy el redentor, pero qué importa esta consagración de apóstoles vanos.  Yo tengo un arco iris enterrado en el Monte Sinaí -perdón- El Turquino: terciopelo que cubre mi vergüenza.  Es algo así como decir: nunca más volverán los heraldos, quizás, las golondrinas…  Sé de una música eterna donde me obliga el hambre. Alucino pero tengo tus ojos y mi penitencia.  De carne y hueso soy.  El vigía desata mi mansedumbre con un disparo KGB para que alguien entregue su ofrenda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario