SIN PELOS EN LA LENGUA
I
La casa tiene fiebre.
Su delirio es el insomnio de
habitantes lejanos
el manuscrito tatuado en las
paredes de cada angustia.
La casa -quiero decir mi dulce
isla-
lustra los carteles
envejecidos con las mismas consignas
pero se apagan sus luceros.
La voz de azúcar y tabaco
sólo puede lanzar cuchillos en
esta hora de distancia
donde la piel del rebaño se
curte
al son de todas las
aberraciones.
La soledad demora su estancia
de palma real
vendida al mejor postor
pero mi isla baila a la
entrada del golfo
recompone sus fragmentos de
incertidumbre
y desmayos
en la plaza de una revolución
estática y sin golondrinas.
Mi casa
-quiero volver a decir mi
isla-
a la que he tocado los senos y
su vientre
peina mis canas o afila mis
colmillos
y para nada quiero trucar
estas mandíbulas
de morder el silencio.
II
No quiero remendar las falsas
crónicas
cuando he quedado retenida
en sus más de seiscientas
mazmorras
cuando la amnistía no puede
hacer un carajo
y no existe un bando de piedad
ni una enciclopedia de corazón
que recopile nuestras piedras.
No puedo destilar miel
cuando hay balseros que
enfrentan la muerte cotidiana
y jineteras que aún arrastran
el cordón umbilical
en espera del desalmado
comprador de su inocencia.
No.
Nunca podré maquillar esta
calma
que sube por las paredes del
mundo
y voltea el rostro.
III
Es extraño sentirse oprimido
de conciencia ajena
cuando la pura verdad es que
la conciencia
carece de huesos y prodigios
que nos aten al lodo.
Algún sueño apuñala las
violetas de mi almohada
y no es el canto del sinsonte
quien reconforta
el seguimiento de una ruta
cósmica
entre palabras consabidas.
Sé que toda descripción es
inocua
que hay que vivir en el fuero
del destierro en uno mismo
y argumentar que este camino
nos conduce al nunca
aunque jamás arrojemos la
toalla.
IV
He dejado a un lado mi
vocación de mansa bestia
para subsistir entre las
cuatro paredes del olvido
como Dios manda.
Brotaron telarañas de mi boca
mientras me consagré a las
alambradas de los sesenta
cuando aún contaba estrellas
desde el fondo de la noche
o tarareaba a The Beatles en
clausura y pelo largo.
He dejado a un lado mi
vocación de patriotismo
ahogado en la tolerancia
y ya poco importa que me
abisme en el recuerdo
hasta naufragar en una copa de
sangre.
V
Abandoné mi corazón el día que
nunca estuve
entre epístolas y usufructos
en grado de tentativa.
Traigo la acidez de la
tiniebla en el miocardio
sostenido gracias a los
alfileres del alma.
Fui vetada
estrictamente a la moda
entre zafarranchos de hazañas
mustias.
Del clarín escuché el sonido
tantas veces
y tantas me rompió el tímpano
el simulacro…
Tantas veces me exilio en la
vergüenza
mientras todos buscan el punto
g a la patria dolorosa…
¡tantas que no me hallo!
La izquierda es demasiado
sorda
y la mía demasiado zurda
para componer alegatos que
empiecen a respirar
en la encrucijada de medio
siglo.
A falta de pan nuestro:
¡discurso!
A falta de pan: damas de
blanco
doctrina de malabares…
La gente sigue en su salsa de
costumbres
mientras la diáspora
despelleja mis coordenadas
y yo no existo.