Llueven
estrellas apagadas,
laberintos
en medio de la sequía
y,
a veces, de la locura
donde
cobijarse puede ser esputar
sobre la inmundicia
y
servir de pararrayos
o paratristezas en
rebelión
de
hordas invisibles,
de
escrúpulos sedientos de nuevo caos.
Llueven
arengas,
rescoldos,
superfluas
máscaras sobre escombros bizantinos
donde
cobijarse puede hacer saltar la chispa
de
los incrédulos
tras
una tenue reconciliación del viento
con los dioses de estopa.
Llueven
simulacros,
terrícolas
iracundos, moléculas,
escarabajos
de nieve,
tundras,
unicornios…
enumeración
infinita y no recomendada
sobre
el paisaje asfixiado entre las piedras.
Se me da muy bien logrado, amiga. Discursa de lujo.
ResponderEliminarAbrazos