Gajes de la poesía
Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Un texto no tiene que
tener texturas si no quiere.
El texto más bonito es inesperado. Tampoco tiene que
buscar palabras en alguna parte sino ser sencillo o no serlo: En literatura uno
nunca sabe.
Hoy en día tampoco se requiere un final inesperado, el
texto lo es en sí mismo.
Tampoco se consideran las reglas gramaticales
propiamente dichas si el texto los defiende a capa y espada. Un error puede
llevar a una composición única, desbordando la barda, al otro lado de las
cosas.
Y sin embargo, escribir es como entrenar para una
carrera. Corres primero despacio, luego más rápido hasta dominar determinada resistencia.
Y hay una técnica, es mejor practicarla.
Si empiezas rápido te caes, y te levantas y haces lo
mismo y caes. Por ir rápido es que no aprendiste lo que se aprende cuando
caminas. Y cuando caminas con esa determinación verás el futuro glorioso que te
espera si insistes en esta maravillosa experiencia.
Escribir nunca es correr avorazadamente en el uso de
la palabra y acelerar el paso licencioso de las élites literarias, que las hay.
Escribir es entrenar siempre para una carrera que no se llevará al cabo.
Se empieza a leer. No necesariamente hay una lista
mejor ni una peor. Se lee por placer. Se lee sin pensar en escribir. Ocurre
siempre. De pronto aparece la magia. Y las imágenes inician su ronda, se
descomponen y se escapan.
A veces las imágenes no pasan por la mente. Antes
recorren el teclado hasta bordar otro ente. Un poema se dice. Y este sale del
inconsciente, donde se guardan las cosas que se aman, pero también el fondo del
alma, lo prohibido, lo anestesiado durante la infancia.
Se escribe como se raya un papel. Sin cortapisas. Sin
tiempo y sin aire, a mansalva, demasiado. Pero siempre se lee más que se
escribe. La literatura es como todos los oficios, nada más fíjate.
La literatura aborda la creatividad desde el primer
temblor de los dedos en el teclado. Se escucha la palabra indicada, la elegida
de un ser extraordinario. Cuando ves la primera palabra te ha de deslumbrar la
emoción.
Se escribe por placer.
Es por lo mismo que se lee, que se escribe.
No se puede decir este o aquel no sirven para
escribir, porque a la vuelta de año, de manera inesperada sacan un texto único.
Tampoco es obligatorio haberse leído el mundo.
Tampoco hay que esforzarse cuando un texto se aprieta
y sientes que debiste terminarlo antes o lo llevas forzosamente porque se
perdió el interés, puedes romperlo. Puedes guardarlo para otro momento. Tampoco
hay un sistema, cada quien hace lo que le resulta o lo que le da la gana.
Alguien me comentaba hace días que cada quien hace su
técnica. Y tiene razón. Uno tampoco se sujeta a la cruel mordaza de las formas,
ni de las tuercas con medida, ni de la informalidad ni de la formalidad.
Un texto quisiera ser como la vida que nada más te
lleva como un inmenso río.
En mí sé que la literatura es poesía contenida en
todos los géneros. Queda para mí que el arte es poesía. Que cualquier obra de
arte es un poema por dentro, donde viven los poemas, en la magia que hay antes
del pensamiento.
Dije para mí porque el arte es cósmico. Y cada quien
agarra las partículas que le definen, las que están al alcance o las que
arrastra.
Se escribe para uno mismo, para otra persona, para
todos, para nadie, para un Dios, para la postrimería, para el desahogo, se
escribe porque no se puede evitar.
Tampoco es que la literatura tenga que ser utilitaria.
Pero lo es, sin querer.
La poesía es un género definitivo para la literatura.
El mundo de la poesía es este mismo que ves y otro que tal vez solo puedas
leer. El poeta lee los objetos. Ve a alguien más allá, o del otro lado de las
personas. Pero también nos presenta la naturaleza en escena, donde adquiere
vida propia.
La poesía ve la transparencia del aire por donde cabe.
Donde vive y se transmite. Poesía es enlace de la naturaleza, integración
definitiva al origen del hombre.
Poesía es el grueso testimonio del alma de un lugar y
de un pueblo; el habla eternizada, el grito que recorre las calles pidiendo por
sus hijos.
La poesía es la persona, el río que pasa por la mente,
el sonido de las campanas que escuchas cuando ladran los perros, el mar de una
lágrima, el pez alado, la canasta básica, la mujer amada.
Pero cuando el poema se escribe, siempre hay un yo
integrador que te anexa y te hace poema. Rotulas el título y le pones como
quieres. Pero el poema que eres, que se ha vuelto en sí mismo, es de todos, es
de la musa que acaba de escribirte. Sólo te queda leerlo.
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