Autora: Alina Galliano, Manzanillo, 1950
194
Un día con su carga de
eternidad puede disolverse inesperadamente,
rasgarnos la mitad izquierda del ojo derecho,
fabricarnos en la frente una nueva fórmula de Hawkins o de Mahler,
romper todas las cárceles que habitan la cabeza,
convertirnos el oído en una espiral de Arquímedes, en una vertiera de Agnesi,
en un copo de nieve de Koch o en el triángulo de Sierpinsky;
una eternidad concentrada en un día puede oxigenar el horizonte a cualquier corazón,
establecer otra manera de vuelo entre los pájaros y las hélices,
otro marcado ritmo a cualquier piano o violonchelo;
la eternidad de un día puede asombrar a un ciempiés,
a una amatista, a lo verde de un jade, a un coral, un alacrán,
a un espejo y todas las figuras que tocaron su azogue premeditadamente;
lo eterno contenido en el minuto de un día
puede sin duda alguna despertarle al silencio:
un millar de campanas, todo un panal de abejas,
una conversación entre el agua y los barcos que no se había previsto,
los regresos o las idas que ocurren
entre las cutículas de lo que amas y tu cuerpo;
un día es tan eterno como lo es un segundo,
como lo es el sabor de la menta o la albahaca
como resulta de eterno un sorpresivo beso a mitad de la espalda
a mitad de la parte interior, donde el muslo,
es el otro sentido que te busca y te encuentra definiéndote el hambre.
Un día con su filo de eternidad conlleva todo un desplazamiento:
de ventanas, de trompos, de veletas que se piensan a igualdad de viñedos,
de mamparas que saben soñar a pierna suelta los vitrales
o el color de luz cuando nadie las observa;
la eternidad de un día te devora de golpe sin que tú lo comprendas
y te suelta lo mismo que si fueras todo un rabo de nube pariendo sus centellas,
electrizando el cielo de la boca, l
as palabras que habitan tu laringe,
los códigos contenidos en la Luna cristal del conejo,
esos secretos códigos que existen en las estanterías de algunas bibliotecas
o el código de Braille cuando habla entre las yemas de los dedos de un ciego.
rasgarnos la mitad izquierda del ojo derecho,
fabricarnos en la frente una nueva fórmula de Hawkins o de Mahler,
romper todas las cárceles que habitan la cabeza,
convertirnos el oído en una espiral de Arquímedes, en una vertiera de Agnesi,
en un copo de nieve de Koch o en el triángulo de Sierpinsky;
una eternidad concentrada en un día puede oxigenar el horizonte a cualquier corazón,
establecer otra manera de vuelo entre los pájaros y las hélices,
otro marcado ritmo a cualquier piano o violonchelo;
la eternidad de un día puede asombrar a un ciempiés,
a una amatista, a lo verde de un jade, a un coral, un alacrán,
a un espejo y todas las figuras que tocaron su azogue premeditadamente;
lo eterno contenido en el minuto de un día
puede sin duda alguna despertarle al silencio:
un millar de campanas, todo un panal de abejas,
una conversación entre el agua y los barcos que no se había previsto,
los regresos o las idas que ocurren
entre las cutículas de lo que amas y tu cuerpo;
un día es tan eterno como lo es un segundo,
como lo es el sabor de la menta o la albahaca
como resulta de eterno un sorpresivo beso a mitad de la espalda
a mitad de la parte interior, donde el muslo,
es el otro sentido que te busca y te encuentra definiéndote el hambre.
Un día con su filo de eternidad conlleva todo un desplazamiento:
de ventanas, de trompos, de veletas que se piensan a igualdad de viñedos,
de mamparas que saben soñar a pierna suelta los vitrales
o el color de luz cuando nadie las observa;
la eternidad de un día te devora de golpe sin que tú lo comprendas
y te suelta lo mismo que si fueras todo un rabo de nube pariendo sus centellas,
electrizando el cielo de la boca, l
as palabras que habitan tu laringe,
los códigos contenidos en la Luna cristal del conejo,
esos secretos códigos que existen en las estanterías de algunas bibliotecas
o el código de Braille cuando habla entre las yemas de los dedos de un ciego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario