El Gelman que nos acompañó
Por: Jorge Fornet
15 enero 2014
Será inevitable, en un momento como este, recordar el lugar que ocupa Juan
Gelman en la poesía latinoamericana, los caminos que abrió con
los versos que van de Violín y otras cuestiones (1956) a aquellos recogidos en
títulos más recientes como Sombra de vuelta y de ida (1997) y Tantear la noche
(2000). Será inevitable aludir a los premios que se honraron al reconocerlo: el
Nacional de Poesía que recibió en 1997, el Juan Rulfo en 2000, el
Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde en 2004, el Iberoamericano Pablo
Neruda y el Reina Sofía en 2005, y el Cervantes en 2007.
Habrá que hablar también del lúcido periodista que en los últimos años se
convirtió en una de las voces más entregadas y penetrantes para hablar del
adolorido mundo en que vivimos, así como del desgarrador drama que le tocó
vivir en carne propia (la desaparición de su hijo y su nuera, el secuestro de
la nieta y el rencuentro con ella varias décadas después), como otros miles de
sus compatriotas a quienes la dictadura les arrancó a sus seres queridos.
La Casa de las Américas deberá hablar, además, del Gelman que nos acompañó
al menos desde que en 1964 fuera jurado de poesía del Premio Literario. La experiencia
se repetiría en dos ocasiones: en 1978 y en 1981. Una foto suya de este último
año lo muestra –momentos antes de iniciar un recital de poesía– junto a sus
compañeros de jurado: Fayad Jamís, José Emilio Pacheco y Antonio Cisneros.
Todos tienen ante sí los libros o papeles en cuya lectura van a sumergirse.
Gelman no; sonriente, con las manos cruzadas sobre la mesa despejada, sonríe a
la cámara.
La presencia de su obra entre nosotros fue no menos temprana y
sostenida. En 1968 la Casa de las Américas publicó una selección de sus
Poemas en la casi recién nacida colección La Honda, y, en 1985, una más amplia
–con el título de Poesía y con prólogo de Víctor Casaus–, se convirtió en el
volumen 114 de la colección de clásicos Literatura Latinoamericana. Una tercera
edición de su obra tuvo lugar en 2003, cuando la antología Pesar todo recibió
el Premio de poesía José Lezama Lima, otorgado por la propia institución.
Al amigo Juan Gelman lo recordaremos tanto por esa cercanía como por los
versos que nos dejó, muchos de los cuales han estremecido a varias generaciones
de lectores. Será inevitable también, por ejemplo, volver a algunos de sus
poemas clásicos, entre ellos aquel inolvidable que da título al volumen El
juego en que andamos:
“Si me dieran a elegir, yo elegiría / esta salud de saber que estamos muy
enfermos, / esta dicha de andar tan infelices. // Si me dieran a elegir, yo
elegiría / esta inocencia de no ser un inocente, / esta pureza en que ando por
impuro. // Si me dieran a elegir, yo elegiría / este amor con que odio, / esta
esperanza que come panes desesperados. // Aquí pasa, señores, / que me juego la
muerte.”
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