Autor: Juan Marinello, Las Villas, 1898
YA NO SENTÍA LA TARDE
Ya no sentía la tarde
ni el alma.
Viniste tú
y hubo un espanto de soles
en los viejos corredores
traspasados de tu luz.
Marcho en la tarde dorada,
y el campo todo pregunta:
¿Cómo ilumina el sendero
este, que fue sombra y duelo
eternos?
Hay un asombro
en la pupila del río
(y soy un dulce rubor
al duro sol del estío).
Me voy fundiendo en la llama
de la nueva quemadura:
tengo un gigante clamor
que empavorece la altura
de los montes, y un rumor
estelar entre las sienes.
No ven los miopes senderos
en el pecho amanecido:
solo me ven en la tarde
y voy marchando contigo.
El alma ya no sabía
de auroras.
Llegaste tú,
y hubo un espanto de soles.
YA NO SENTÍA LA TARDE
Ya no sentía la tarde
ni el alma.
Viniste tú
y hubo un espanto de soles
en los viejos corredores
traspasados de tu luz.
Marcho en la tarde dorada,
y el campo todo pregunta:
¿Cómo ilumina el sendero
este, que fue sombra y duelo
eternos?
Hay un asombro
en la pupila del río
(y soy un dulce rubor
al duro sol del estío).
Me voy fundiendo en la llama
de la nueva quemadura:
tengo un gigante clamor
que empavorece la altura
de los montes, y un rumor
estelar entre las sienes.
No ven los miopes senderos
en el pecho amanecido:
solo me ven en la tarde
y voy marchando contigo.
El alma ya no sabía
de auroras.
Llegaste tú,
y hubo un espanto de soles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario