Desde hace algunos días
he venido siguiendo a pies juntillas todo cuanto acaece en Cuba.
He visto como La Habana
se derrumba, como tres niñas murieron aplastadas por un balcón y como solo un
reducido grupo de artistas independientes salió a las calles a denunciar los
hechos.
He visto, en
incontables ocasiones, como detienen a los artistas independientes y los
vuelven a soltar, convirtiendo la situación en un círculo vicioso.
He visto barrios, en
plena pandemia, sin agua siquiera para lavarse las manos y a algunos de sus
vecinos salir para exigir el bendito líquido dando cuatro gritos y utilizando
los cubos como barricadas y, cuando llegan los patrulleros, los he visto
retirar los cubos para abrir paso… Esta acción la he sentido como reverencia a
los esbirros. ¡De pena!
La gota que colmó el
vaso lo fue el asesinato del joven negro Hansel Hernández a manos de la Policía
Nacional Revolucionaria y leer de la prensa oficialista sus consabidos
pretextos para desprestigiar a la víctima. Por supuesto, esto conlleva a una
ola de indignación por parte de la ciudadanía que, en la mayoría de los casos,
se oculta por temor a las represalias.
De aquí que sienta una
vez más que me derrota la impotencia y, sobre todo, la vergüenza hacia el
pueblo que me vio nacer y crecer, ya no digo que mío porque “pueblo” son las
personas que nos rodean y hace muchos años estoy apartada de aquel rebaño que,
en ocasiones, me gustaría llamar “Patria”.
Una vez más ha quedado
demostrado que el cubano olvidó su fibra mambisa exceptuando unos pocos jóvenes
(me refiero al Movimiento San Isidro) que constantemente está poniendo su carne
en el asador hasta las últimas consecuencias sin hallar el respaldo de la
sociedad.
Aquel es un país cuyo
pueblo solo espera la remesa que le llega del extranjero para poder “resolver”,
pero que no da un paso hacia delante porque 61 años dan para mucho aprendizaje
y mucho acomodo a las circunstancias.
Es cierto que fuera del
agua se nada bien, pero también se es mejor espectador. Y, aunque digan que el
30 de junio fue una victoria, a estas alturas solo queda el desaliento (al
menos en mí) porque pueblo es algo más que "cuatro gatos", como decimos nosotros. Ninguna verdadera
libertad se ha conquistado con “doce hombres” ni con falsos mesías por mucho
que intenten convencernos de eso. El pueblo de Cuba el pasado martes, tenía la
obligación moral de salir a la calle, no específicamente hacia el cine Yara,
que dista mucho de la manigua cuando Céspedes dio el Grito con doce hombres y
acto seguido se sumaron centenares. No busquemos simbolismos, que ya sabemos a
qué condujo aquella “Generación del Centenario” para escudarse en nuestro
Apóstol. Y hablando de José Martí, para concluir, señalo su frase: “En silencio
ha tenido que ser porque hay cosas que para lograrlas han de estar ocultas”. La
unidad es imprescindible para lograr cualquier propósito de bien común… la
unidad y la estrategia. Cuando ambas cosas se consigan, entonces sí será una
victoria de la dignidad humana en nuestra isla.
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