Me disponía a visitar el recién inaugurado
Museo “José Lezama Lima” en el barrio de Colón. Una vecina
del lugar, conocedora de mi pasión hacia el progenitor de Paradiso, tantas veces censurado en nuestro país, insistió en
hacerme ver de cerca cómo las paredes de lo que fue su hogar, desprendían toda
la cultura y hasta el morbo plasmados en la obra del maestro.
Iba, además, a reunirme con unos amigos. ¡No
ocurrió! No fui de las miles de personas que salieron a tomar las calles en
aquel suceso conocido como “El Maleconazo”. Sencillamente, estaba en el lugar y
momento precisos para acabar de despertar del sopor que inocula cualquier
régimen dictatorial.
Desde el día antes se rumoreaba sobre
el buque griego en la bahía dispuesto a acoger a quienes desearan huir de la
jungla dantesca. La movida había empezado en La Punta y logró extenderse por el
Malecón. Este hecho no pudo ocultarse pues, como zona turística, los
extranjeros filmaban las escenas. La fuerza policial trató de dispersar la
muchedumbre y, cuanto más hostilidad recibían los protestantes, más gente se
sumaba al desenfreno.
El Máximo Líder apareció rodeado de su
camarilla, compuesta por seguratas, esbirros de los CDR y brigadas de acción
rápida. Contemporáneamente, llegaron camiones repletos de supuestos civiles
quienes, de forma violenta, enfrentaron la protesta. Los antimotines ocuparon
las zonas de Centro Habana...
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