cada mañana
mamá
teje con su lágrima el encanto
de una
fe ciega
con sabor a alpiste y a
plegaria
mientras
machaca las noticias en mi oreja.
me
alzo
-como
Lázaro, pero más hambrienta-
y voy
por la colada de un café
-casi
plácido-
para
probar un cigarrillo
dos
tres
en
fin: la cajetilla matinal
que introduzca su rencor en mi enfisema
y
dé la cara a tanta prohibición.
luego
paseo
al cadáver de mi perro
y
pateo las piedras
entre
las cuatro paredes de mi supuesta casa.
cada
mañana asesino
con mis manos muertas
cierta
musa.
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