sábado, 26 de noviembre de 2016

Del libro BAJO EL CIELO DEL EXILIO

SIN PELOS EN LA LENGUA

I
La casa tiene fiebre.
Su delirio es el insomnio de habitantes lejanos
el manuscrito tatuado en las paredes de cada angustia.
La casa -quiero decir mi dulce isla-
lustra los carteles envejecidos con las mismas consignas
pero se apagan sus luceros.
La voz de azúcar y tabaco
sólo puede lanzar cuchillos en esta hora de distancia
donde la piel del rebaño se curte
al son de todas las aberraciones.
La soledad demora su estancia de palma real
vendida al mejor postor
pero mi isla baila a la entrada del golfo
recompone sus fragmentos de incertidumbre
y desmayos
en la plaza de una revolución estática y sin golondrinas.
Mi casa
-quiero volver a decir mi isla-
a la que he tocado los senos y su vientre
peina mis canas o afila mis colmillos
y para nada quiero trucar estas mandíbulas
de morder el silencio.

II
No quiero remendar las falsas crónicas
cuando he quedado retenida
en sus más de seiscientas mazmorras
cuando la amnistía no puede hacer un carajo
y no existe un bando de piedad
ni una enciclopedia de corazón
que recopile nuestras piedras.
No puedo destilar miel
cuando hay balseros que enfrentan la muerte cotidiana
y jineteras que aún arrastran el cordón umbilical
en espera del desalmado comprador de su inocencia.
No.
Nunca podré maquillar esta calma
que sube por las paredes del mundo
y voltea el rostro.

III
Es extraño sentirse oprimido de conciencia ajena
cuando la pura verdad es que la conciencia
carece de huesos y prodigios
que nos aten al lodo.
Algún sueño apuñala las violetas de mi almohada
y no es el canto del sinsonte quien reconforta
el seguimiento de una ruta cósmica
entre palabras consabidas.
Sé que toda descripción es inocua
que hay que vivir en el fuero del destierro en uno mismo
y argumentar que este camino nos conduce al nunca
aunque jamás arrojemos la toalla.

IV
He dejado a un lado mi vocación de mansa bestia
para subsistir entre las cuatro paredes del olvido
como Dios manda.
Brotaron telarañas de mi boca
mientras me consagré a las alambradas de los sesenta
cuando aún contaba estrellas desde el fondo de la noche
o tarareaba a The Beatles en clausura y pelo largo.
He dejado a un lado mi vocación de patriotismo
ahogado en la tolerancia
y ya poco importa que me abisme en el recuerdo
hasta naufragar en una copa de sangre.

V
Abandoné mi corazón el día que nunca estuve
entre epístolas y usufructos en grado de tentativa.
Traigo la acidez de la tiniebla en el miocardio
sostenido gracias a los alfileres del alma.
Fui vetada
estrictamente a la moda
entre zafarranchos de hazañas mustias.
Del clarín escuché el sonido tantas veces
y tantas me rompió el tímpano el simulacro…
Tantas veces me exilio en la vergüenza
mientras todos buscan el punto g a la patria dolorosa…
¡tantas que no me hallo!
La izquierda es demasiado sorda
y la mía demasiado zurda
para componer alegatos que empiecen a respirar
en la encrucijada de medio siglo.
A falta de pan nuestro: ¡discurso!
A falta de pan: damas de blanco
doctrina de malabares…
La gente sigue en su salsa de costumbres
mientras la diáspora despelleja mis coordenadas
y yo no existo.




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