VIII
Aquí yace la eternidad. Los
ángeles con su sangre estéril también fueron hombres. Este el lugar donde
cierta vez aspiré a dejar los huesos y me ocupé en el nuevo conjuro de la
inocencia. No se salvó el credo ni la mascada vacía. Aquí es el repicar de las
campanas indefensas, casi mudas. Este es el momento más amargo: la separación
definitiva y corrupta de la carne y los anhelos. Es el resucitar con nuestras
propias manos para precisar las quemaduras del cercano crematorio o del infierno.
El hoy siempre es víspera. Es esta la tierra que nos fue dada en compromiso y
fue usurpada. En ella extiendo los brazos y recibo tu mirada negrísima,
indiferente…
MDenis©Epístolas1993
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