Autor: Emilio García Montiel, La Habana, 1962
TENÍA UNA AMANTE
Tenía una amante. Una mujer fuerte y gustosa.
Como el café que bebíamos para la medianoche en suma confidencia.
Al entrar a su casa lo hacía como a un templo: inclinado y descalzo.
Sus hijos, jóvenes y hermosos como yo, me saludaban con extraña alegría.
Y yo a veces contaba las historias que cuentan los viajeros fugaces.
Tenía una amante.
Sobre su cuerpo ardían los vitrales del cuarto
y sonaban los teléfonos antiguos.
Nadie fue a convencernos de que era una locura.
Quizás no lo sabían o quizás estuvieran embriagados por tanta sencillez.
Pues nunca hubo mentiras ni cómplices ni precio.
Si alguna vez toqué en su mano el paraíso
fue porque juntos conocimos la humildad.
TENÍA UNA AMANTE
Tenía una amante. Una mujer fuerte y gustosa.
Como el café que bebíamos para la medianoche en suma confidencia.
Al entrar a su casa lo hacía como a un templo: inclinado y descalzo.
Sus hijos, jóvenes y hermosos como yo, me saludaban con extraña alegría.
Y yo a veces contaba las historias que cuentan los viajeros fugaces.
Tenía una amante.
Sobre su cuerpo ardían los vitrales del cuarto
y sonaban los teléfonos antiguos.
Nadie fue a convencernos de que era una locura.
Quizás no lo sabían o quizás estuvieran embriagados por tanta sencillez.
Pues nunca hubo mentiras ni cómplices ni precio.
Si alguna vez toqué en su mano el paraíso
fue porque juntos conocimos la humildad.
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