Carne de Dios
amanece en los adoquines
y en los sin
techo
que burlan
heladas entre cartones
y estrellitas
de Belén.
Carne de Dios
reposa en mi plato,
se abalanza a
mi boca en susurro de viento
para bendecir
la libertad
que nadie
podrá quitarme.
¡Aleluya!
Año Cero en
mis uñas raspa la misericordia
que rodea el
mástil de los escorpiones
a degüello de
ciertos villancicos
en los negros
jardines de la ciudad prestada
que me toma
como elíxir en el agrio suspiro.
¡Aleluya!
Carne de Dios
amanece y
sonríe en las paredes de mi soledad
a prueba de
las grandes compañías eléctricas
que no podrán
apagar mis ojos,
a prueba de
toda legislatura
que no
conseguirá modular mi vientre
en cada
aborto peninsular que me venga en ganas.
¡Aleluya!
Carne de Dios
me transforma en pesebre
-meticulosamente anfibio-
bajo la
lluvia en ciclogénesis
que roza mis
pies desnudos
considerados
anárquicos y trotacielos.
¡Aleluya
si celebro
con mi cántico el sabor de las uvas
en copa de
muertas ilusiones!

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