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Exhalé un largo resoplido, sintiendo un ligero estremecimiento.
De repente, una creciente vibración me hizo girar la cabeza para observar como el teléfono móvil giraba ligeramente sobre la mesa. Nada más reconocer el número, mi mente se centró y contesté al instante.
—Comisario Medina —mi voz sonaba algo ronca pero clara.
—Inspectora Garmendia —el tono de voz del comisario era grave y firme, como era habitual en él—. Me alegra saber que está ya operativa —el peculiar acento cordobés era muy claro en las palabras de su jefe—. Necesito que se desplace hasta el yacimiento que hay junto a la estación, ¿sabe dónde está?
—Sí —ya estaba sacando el monedero para pagar el café y salir pitando de aquella cafetería.
—Perfecto —asintió el comisario—. Un coche patrulla le espera en la comisaría para traerla. Le espero.
—Comisario Medina —me despedí guardándome el móvil en el bolsillo.
Nada más acabar la conversación, me olvidé de que aquel café estaba a la temperatura del averno, apurándolo de un trago. Me levanté con súbita rapidez, recogiendo mis cosas y dirigiéndome hacia la barra. Dejé el importe exacto del café, despidiéndome del joven camarero con un ligero asentimiento de la cabeza y salí con rapidez del bar.
Un gélido y humedecido aire me dio la bienvenida, obligándome a cerrarme el grueso abrigo y subirme ligeramente la bufanda para taparme parte del rostro. Caminé con rapidez en dirección a la vetusta comisaría de policía que se hallaba en la amplia avenida que precedía al Paseo de la Ribera, junto al río Guadalquivir. El tráfico a esas tempranas horas era ya constante. Miré el móvil viendo que apenas habían pasado unos minutos de las ocho de la mañana y en el cielo ya había un gris plomizo inundado de una interminable hilera de nubes oscuras y amenazadoras de una repentina lluvia. Nada más poner un pie en la comisaría, un par de agentes me aguardaban en la entrada montados en su coche patrulla.
—Inspectora Garmendia —me saludó la joven mujer de rostro risueño que se encontraba fuera del coche.
—Buenos días —correspondí con una fugaz sonrisa.
—El comisario Medina nos ha ordenado acercarla al yacimiento de cercadillas —la mujer me hizo un gesto para que me subiera en la parte trasera—. Espero que no le moleste que tenga que ir detrás.
—No —negué ampliando un poco la sonrisa—. Les agradezco que me acerquen.
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