miércoles, 29 de febrero de 2012

VIII



Aquí yace la eternidad.  Los ángeles con su sangre estéril también fueron hombres.  Este el lugar donde cierta vez dejé los huesos y me ocupé en el nuevo conjuro de la inocencia.  No se salvó el credo ni la mascada vacía.  Aquí es el repicar de las campanas indefensas, casi mudas.  Este es el momento más cruel: la separación definitiva y corrupta de la carne y los anhelos.  Es el resucitar con nuestras propias manos para precisar las quemaduras del infierno o el cercano crematorio.  Es la víspera.  Es esta la tierra que nos fue dada en compromiso subastado y fue usurpada.  En ella extiendo los brazos y recibo tu mirada negrísima, indiferente…

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