lunes, 19 de marzo de 2012

XXVII


Otra tormenta de hojarasca sobre el pecho.  Otra noche.  Mis huesos se acrisolan contra el mármol.  En esta parte del mundo los hombres cavan sus parábolas, mi heredad…  Nunca pude dibujar otra oveja que no fuera yo, ni siquiera tu nave cósmica.  Todos me envenenaron con sus mieles, pero alguno tocó mis labios con un verso, y no fue precisamente pulcro ni apostólico…  He buscado refugio en el malecón lacerado.  Aquí, entre el mar y el muro me pierdo.  Es tu mano anacrónica quien hace redoblar algún tambor en la lejanía.  Soy la marioneta.  Tú mueves los hilos desde el punto de partida...

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