viernes, 4 de octubre de 2013

ORULA



 Alguna vez, cierto fraile tocó la puerta de mi choza. Y mi perro, ante su presencia, gustó de mover

la cola del modo más dulce que he visto jamás.

  El buen hombre pidió agua para lavar sus heridas. Sus sandalias habían quedado en el camino o

 las donó a algún otro vagabundo. No lo recuerdo. 

  De mi humilde cena solo probó una porción de calor y guardó un mendrugo en su alforja.

  Dijo llamarse “Il poverello d’Asssisi”. Entonces, mi inseparable compañero me lamió el alma y

partió tras él.

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