lunes, 27 de febrero de 2012

V


Alguien lavó sus manos ante mi rostro.  ¿A quién le interesa?  Llevo tierra en los pies.  Sangre en los ojos.  Un lamento silenciado frente al espejo público.  Cuida al potro de la otra orilla como al diminuto rocinante que galopa sin bridas por mis dedos.  Dime entonces: bendito es el que viene… Procuraré los diluvios que limpien la ciudad.  No navegues por mis venas porque el arca puede hundirse.  Arrebata las espinas.  Así es mi amor venido en lúcidos sangramientos ahora y en la hora de la divina piel.  No soy el profeta ni el testaferro para aplazar el instante de gloria.  Los nuevos guerreros aún no llegan.  Carezco de luz.  Mi cuerpo es el último versículo sin traducción posible o testamento.  El eslabón perdido.  Arena movediza…  Mi amor es el grito.  Soy simplemente la voz reclavada en una esquina del cielo para que alguien me escuche.

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