sábado, 10 de marzo de 2012

XVIII


No hay testigo ocular para mi sombra que cuelga de la pared sin pedir cuentas al tiempo: asesino eterno de la memoria...  Rompe mis cadenas.  Soy el Hijo pródigo y no quiero otro homenaje que la libertad.  Mi mano sostiene los mástiles de tu gran barco que se hunde junto al sueño.  Así es la ley: ojo por ojo… y caigo.  También tuviste tu día y a quién le importa.  Mi cabeza es fecundada por pájaros divinos, se deja tentar por los naranjos exportables.  Me crecen alas.  Hay un puente levadizo entre tu amor y mi odio.  De ese modo poblaremos el mundo, levantaremos la última piedra.

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